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domingo, 5 de julio de 2009

Berlín, 1945

Las puertas del bunker estallaron. Un soldado ataviado con un extraño y moderno uniforme entró entre los ardientes escombros. Tenía la cara cubierta por una máscara que hacía las veces de máscara antigás y visor nocturno. Los ojos rojos brillantes escrutaban el lugar.

Se quedó a un metro de la puerta y contempló la oscura estancia. Tranquilo, comenzó a silbar una vieja canción de su infancia. Comenzó a andar en dirección a su objetivo. Paso a paso. Tranquilo, pero decidido. Los años de caza le habían dado la experiencia y la sangre fría. El odio había propulsado su búsqueda. Estaba a punto de finalizar.

Casi podía oler a su presa. El oficial nazi corría inútilmente entre sollozos de miedo y agotamiento.

"Te has quedado sin tu poder, hijo de puta. Eres mío", pensó el cazador.

La presa corría, pero no tenía a dónde ir. El cazador oyó como cerraba una puerta. Oía gritos en alemán. Dos voces. "Vaya, así que has encontrado a un amiguito... me voy a llevar dos por el precio de uno".

Tranquilamente se acercó, con paso pesado. Quería que le oyeran llegar. Quería que se mearan encima de miedo. Tumbó la puerta y uno de los dos nazis le recibió con una ráfaga de disparos de 9 mm. Todas las balas fueron amortiguadas por la armadura de combate de cazador.

El agresor se dio cuenta de que se le habían acabado las balas en su hermosa pistola, bañada en oro. Empezó a temblar. Su presa, la que buscaba desde hace años se ocultaba inutilmente tras él. Morirían los dos...

El cazador quedó inmóvil en el quicio de la puerta para que sus presas asimilaran que su ataque había sido inútil. Lentamente, apuntó con el cañón de su lanzallamas a la pareja. Uno de ellos, era sin duda, un magnífico trofeo político. El cazador lo miraba incrédulo. ¿Realmente era él? Ese flequillo, ahora despeinado... el bigote, ese ridículo y minúsculo bigote. Se fijó en los galones: la máxima autoridad del ejército de Alemania. Cuando dejó caer su arma al suelo, vio que la empuñadura de marfil tenía grabadas las iniciales: A.H. Sí, sin duda era él.

Pero la presa que el cazador buscaba desde hace años era el otro hombre. Inspiró lentamente para hablar con él...

-Hola, Edward. Por fin te encuentro...

La presa gimoteó y lloriqueó, refugiándose en una esquina. Imploró clemencia inutilmente.

-Después de tanto tiempo... te volviste esquivo, pero tu vileza era la misma: te uniste a los nazis, declarando la guerra a tu propia nación. Intentaste dominar el mundo como lo intentaste en el 29. Pero te he encontrado. Y ahora vas a pagar por lo que hiciste hace tanto tiempo. Vas a pagar por Ian, por Richard, por Nikolai, por Vincent... por todos a los que has matado.

La presa se acurrucó aún más esperando a que su pesadilla se acabara.

-Eres un maldito cobarde. Pero debo agradecerte este premio extra.- señaló al otro oficial.- Gracias por traerme ante él. Esto nos ahorrará un montón de trámites y juicios.

El hombre del bigote comprendió que su destino era inevitable y un semblante de terror se paralizó en su rostro.

El cazador cogió la pistola que había en el suelo.

-Me quedo esto como prueba. Y ahora señores, es hora de despedirse.

Apretó el gatillo e inundó la estancia de llamas, deleitándose con el sonido del fuego y los gritos enloquecidos.

Cuando el cazador llegó a el campamento base fue recibido por el oficial en jefe con un silencio tranquilo y bajo la mirada de los demás soldados americanos. De fondo se oían los disparos de una batalla a punto de terminar.

-¿Y bién? -preguntó con semblante grave el comandante.

-Bien. Todo ha ido bien.

-¿Ha disfrutado saciando su vendeta personal, Coupland?

El cazador se quitó su máscara y reveló una cara quemada con un cabello y pelo que crecían de manera irregular.

-No les he hecho perder el tiempo, Albertson. De paso les he traído un regalo.

El cazador lanzó el trofeo a su comandante que lo admiró asombrado: una pistola de oro, con empuñadura de marfil... pero lo que más le asombró eran las iniciales...

-Dios... mío... Coupland, es de... ¿Hitler?

-Digan que se suicidó para evitar que lo cogieran los rusos.

Y el cazador se marchó. Lejos del fragor de la batalla. Todo había terminado.

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