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jueves, 9 de julio de 2009

domingo, 5 de julio de 2009

Berlín, 1945

Las puertas del bunker estallaron. Un soldado ataviado con un extraño y moderno uniforme entró entre los ardientes escombros. Tenía la cara cubierta por una máscara que hacía las veces de máscara antigás y visor nocturno. Los ojos rojos brillantes escrutaban el lugar.

Se quedó a un metro de la puerta y contempló la oscura estancia. Tranquilo, comenzó a silbar una vieja canción de su infancia. Comenzó a andar en dirección a su objetivo. Paso a paso. Tranquilo, pero decidido. Los años de caza le habían dado la experiencia y la sangre fría. El odio había propulsado su búsqueda. Estaba a punto de finalizar.

Casi podía oler a su presa. El oficial nazi corría inútilmente entre sollozos de miedo y agotamiento.

"Te has quedado sin tu poder, hijo de puta. Eres mío", pensó el cazador.

La presa corría, pero no tenía a dónde ir. El cazador oyó como cerraba una puerta. Oía gritos en alemán. Dos voces. "Vaya, así que has encontrado a un amiguito... me voy a llevar dos por el precio de uno".

Tranquilamente se acercó, con paso pesado. Quería que le oyeran llegar. Quería que se mearan encima de miedo. Tumbó la puerta y uno de los dos nazis le recibió con una ráfaga de disparos de 9 mm. Todas las balas fueron amortiguadas por la armadura de combate de cazador.

El agresor se dio cuenta de que se le habían acabado las balas en su hermosa pistola, bañada en oro. Empezó a temblar. Su presa, la que buscaba desde hace años se ocultaba inutilmente tras él. Morirían los dos...

El cazador quedó inmóvil en el quicio de la puerta para que sus presas asimilaran que su ataque había sido inútil. Lentamente, apuntó con el cañón de su lanzallamas a la pareja. Uno de ellos, era sin duda, un magnífico trofeo político. El cazador lo miraba incrédulo. ¿Realmente era él? Ese flequillo, ahora despeinado... el bigote, ese ridículo y minúsculo bigote. Se fijó en los galones: la máxima autoridad del ejército de Alemania. Cuando dejó caer su arma al suelo, vio que la empuñadura de marfil tenía grabadas las iniciales: A.H. Sí, sin duda era él.

Pero la presa que el cazador buscaba desde hace años era el otro hombre. Inspiró lentamente para hablar con él...

-Hola, Edward. Por fin te encuentro...

La presa gimoteó y lloriqueó, refugiándose en una esquina. Imploró clemencia inutilmente.

-Después de tanto tiempo... te volviste esquivo, pero tu vileza era la misma: te uniste a los nazis, declarando la guerra a tu propia nación. Intentaste dominar el mundo como lo intentaste en el 29. Pero te he encontrado. Y ahora vas a pagar por lo que hiciste hace tanto tiempo. Vas a pagar por Ian, por Richard, por Nikolai, por Vincent... por todos a los que has matado.

La presa se acurrucó aún más esperando a que su pesadilla se acabara.

-Eres un maldito cobarde. Pero debo agradecerte este premio extra.- señaló al otro oficial.- Gracias por traerme ante él. Esto nos ahorrará un montón de trámites y juicios.

El hombre del bigote comprendió que su destino era inevitable y un semblante de terror se paralizó en su rostro.

El cazador cogió la pistola que había en el suelo.

-Me quedo esto como prueba. Y ahora señores, es hora de despedirse.

Apretó el gatillo e inundó la estancia de llamas, deleitándose con el sonido del fuego y los gritos enloquecidos.

Cuando el cazador llegó a el campamento base fue recibido por el oficial en jefe con un silencio tranquilo y bajo la mirada de los demás soldados americanos. De fondo se oían los disparos de una batalla a punto de terminar.

-¿Y bién? -preguntó con semblante grave el comandante.

-Bien. Todo ha ido bien.

-¿Ha disfrutado saciando su vendeta personal, Coupland?

El cazador se quitó su máscara y reveló una cara quemada con un cabello y pelo que crecían de manera irregular.

-No les he hecho perder el tiempo, Albertson. De paso les he traído un regalo.

El cazador lanzó el trofeo a su comandante que lo admiró asombrado: una pistola de oro, con empuñadura de marfil... pero lo que más le asombró eran las iniciales...

-Dios... mío... Coupland, es de... ¿Hitler?

-Digan que se suicidó para evitar que lo cogieran los rusos.

Y el cazador se marchó. Lejos del fragor de la batalla. Todo había terminado.

Arkham, 1935

Harvey entró en la renovada oficina de Page & Lawrence y encontró a su compañero hablando con otras dos personas que ya conocían. Eran dos detectives de la Agencia Blackwood. Oficialmente, eran el competidor más agresivo del momento en el mercado de los detectives privados: depredadores de negocios. Muchos se lo achacaban a sus moralmente criticables métodos. Harvey lo achacaban a que eran eficaces. "Jodidamente eficaces".

Esa era la cara pública de Blackwood. Extraoficialmente, Blackwood no tendría tanto poder si no fuera por la colaboración de cierto número de particulares que facilitaban información vital para los casos de la Agencia, bastante poco habituales. Gente como Robert Page y Harvey Lawrence. Oficialmente, esta gente estaba aquí para solicitar que se convirtieran en parte de Blackwood. La realidad era otra: estaban aquí para recabar información.

-¿Esta vez qué es, Mr Sinclair? -preguntó Harvey. Uno de los visitantes habló.

-Comunicación con los espíritus, es para un caso sobre invocaciones relacionado con una de las formas de Nyarlathotep. Al antiguo método de Paul Lemond. Necesitamos a un experto en temas de parapsicología y como Lemond ha muerto, había pensado...

-Habían pensado en ir a ver a Vincent. Ya les he dicho que es inútil, enloqueció hace años.-interrumpió Bob indignado.

-¡Es absurdo, señores! Lo único que harán será perturbar más a una mente ya inmersa en un profundo sufrimiento.

-Lo queremos intentar. -Sinclair no daría su brazo a torcer.

Bob y Harvey se miraron unos segundos...

-Bueno, quizás sea hora de hacer una visita a Vin.

Llegaron en el coche de los detectives de Blackwood hasta el Sanatorio de Arkham. Y aparcaron fácilmente cerca del edificio principal.

-Y recuerde, por favor. No le hable alto, no le grite. No pierda la paciencia aunque empiece a divagar o a temblar. Si lloriquea no le toque para intentar consolarlo o intentará morderle...

Bob interrumpió las instrucciones a Sinclair cuando vio a Chapman, en su silla de ruedas en el cruce de uno de los pasillos. Estaba abatido y parecía que había llorado largo rato. Se acercó a él...

-Simon, ¿qué haces aquí?- preguntó Bob mientras se agachaba a la altura de su amigo.

-Oh, Bob... ha sido terrible... yo... lo he encontrado así cuando... Dios mío...

-Bob levantó un momento la cabeza para contemplar un instante el trajín de enfermeros que iban y venían por el pasillo. Uno de los que corría decía "que no toquen nada...". Un terrible pensamiento cruzó la mente de Bob.

"Oh, no. No, no, no, mierda, NO".

Bob corrió todo lo que sus fuerzas le permitieron, empujando a enfermos y personal médico a lo largo de su frenética carrera. Un pequeño grupo de enfermeros y psiquiatras bloqueaban la puerta de la celda de Vincent, pero se apartaron a tiempo para evitar que el detective chocara contra ellos.

Bob se detuvo bruscamente, incrédulo ante lo que veía. Vincent estaba colgado del cuello por una soga que colgaba del techo. Su cuerpo mortecino se balanceaba siniestramente de un lado para otro, en una expresión de asfixia, sí, pero también de horror.

En los ojos de Bob se agolparon las lágrimas. Las piernas le fallaron y cayó al suelo. Entonces vió un papel garabateado por una caligrafía tensa y deforme. Era la de Vincent.

¿Esperanza?, ¿propósito? ¿tranquilidad? Nada de eso tiene para mí sentido en absoluto, ahora que he contemplado las sombras tétricas entre mundos... ahora que apenas he empezado a avistar lo que se oculta entre los rincones ocultos de la Tierra.

Mar Mediterráneo, septiembre de 1929

David despertó y lo primero que vio fue, una vez más, la luz eléctrica que tenía justo sobre la cabeza de su camastro. Las moscas jugueteaban enloquecidas, lanzando con la blanca brillantez que se dejaba entrever entre la suciedad. Esta vez, decidió sacaría fuerzas de flaqueza los pocos minutos de consciencia para intentar levantarse de la cama y explorar el lugar en el que estaba.

Se incorporó y miró alrededor. Se trataba de una enfermería. En la cama de al lado había otra persona. Enfocó la vista y determinó que se trataba de Lord Chapman, pero a su cuerpo, sin duda y afortunadamente con vida pero insconsciente, le pasaba algo extraño. David, a pesar del mareo no tardó en darse cuerta de que era sólo un pedazo del antiguo Chapman: a su amigo le faltaban las piernas.

Horrorizado, se tambaleó y se logró agarrar en el último momento a una cama libre. En ese momento entró la que debía ser la enfermera. Y después Harvey. Y Bob. No estaban Richard ni Vincent.

-Señor Coupland, por favor, soy Mary Sterns, su enfermera en el USS Alaska. Por favor, sus amigos están bien, debe permanecer en la cama...

-David, soy yo, Bob. Escucha, aún no te has recuperado, por favor, tienes que tumbarte...

-¿Dónde estoy?-logró titubear.

-Estamos bien, de camino a casa. Nos han recogido, vamos en un barco de la Marina. Albertson nos...

La negrura envolvió a David antes de escuchar el final de la frase.

Llanuras de Gizeh

Bob dejó de disparar al coche en marcha cuando este se detuvo y su motor estalló en llamas. La puerta del conductor se abrió y Bob volvió a apretar el gatillo, pero el arma no detonó ningún proyectil. Se habían acabado las balas. Se acercó, decidido al vehículo, cojeando y sangrando, cambiando el cargador, mientras lo que quedaba de Edward Chandler reptaba por la arena intentando alejarse del vehículo siniestrado.

Sin embargo, un fuerte quejido frenó la necesidad homicida del detective. Giró la cabeza a su derecha. El avión que pilotaban Lord Chapman y Nikolai yacía ardiendo como una tea deforme en mitad de la arena del desierto. No había rastro de Nikolai, pero Simon se encontraba atrapado entre el avión y la arena. El depósito de combustible no tardaría en estallar.

Bob se deshizo de su Thompson y corrió como pudo hacia el avión. Simon estaba inmovilizado, las piernas atrapadas entre el amasijo de contrachapado. Con mucho esfuerzo, Bob consiguió levantar el avión haciendo palanca con su propio cuerpo lo justo para que su amigo consiguiera arrastrarse con las manos fuera de los restos del biplano.

Sus extremidades inferiores eran dos masas sanguinolentas de carne y huesos rotos. El insoportable dolor de las heridas se reflejaba en la palidez del rostro de Simon y los gritos agónicos. Bob soltó el biplano y arrastró a su amigo unos metros del avión cuando el aparato explotó y la onda expansiva dejó a ambos en el suelo.

Con mucho esfuerzo debido al aturdimiento, Bob despegó la cara de la arena. Miró a su amigo y vio que estaba inconsciente. Pensó en Nikolai: si no había muerto en el accidente, habría muerto en la explosión. Con Simon fuera de peligro, era el momento de terminar lo que había empezado. A duras penas se puso en pie. Sacó su .45 de la cartuchera y se dirigió al coche para rematar al hombre que había causado tanta muerte, tanta destrucción tanto sufrimiento...

...pero Chandler ya no estaba. A lo lejos, una sombra draconiana se alejaba por el horizonte, rumbo al naciente sol.

Vuelta a El Cairo

-Entonces, ¿cuándo llegarán Vincent, Harvey y Paul?- preguntó David, ajetreado, mientras el autobús traqueteaba hacia El Cairo

-Les mandé un telegrama cuando íbamos en el barco. Es de suponer que hicieron las maletas pronto, así que tienen que estar al caer si no andan ya por aquí...-respondió Bob.

-Esperemos que tengas razón. Vincent es el más capacitado para conjurar el hechizo para expulsar a la Bestia.

-Cuéntame una vez más: ¿qué deduciste de los papeles que recopilamos en San Francisco?

-Bastante, aunque nada tan preciso como me gustaría. Sabemos que el día de la Bestia se acerca y que la Hermandad se va a reunir pronto en las Llanuras de Gizeh.- la tensión abrumaba al otrora dibujante.

Nikolai interrumpió la conversación, su voz venía del asiento de atrás.

-Muy pronto. Mirad.

Cuando la duna murió, a través de la ventanilla pudieron ver a un enorme zepelín amarrándose a la torre de metal que vieron hace tanto tiempo, en su anterior fatídico viaje.

El tiempo se acababa.

Capítulo final