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viernes, 17 de abril de 2009

Afueras de Arkham, Massachusetts

-Entonces, ¿creéis que la Hermandad quiere levantar a una "Bestia" y por eso fueron a Egipto? Suena a locura.
-Lo sé. Es una locura, pero una locura real.

Si Robert McFarland no hubiera visto todo lo que vio en su última expedición a Egipto, pensaría que Vincent estaba loco. Pero que unos monstruos voladores ataquen a tus braceros e intenten despedazarte es un buen revulsivo para poner en duda lo que es real y lo que no es real. Giró el volante y el coche en el que iban los dos tomó una calle que llevaba a una carretera, que a su vez desembocaba en las afueras de Arkham.

-Y dices que los bichos voladores esos que nos atacaron cerca de la tumba...
-Biakhees.
-Biakhees... eso.

Robert decidió prestar atención al tráfico para evitar posibles accidente y, de paso, no hablar del tema. Conocía a Vincent y a los demás desde hacía meses, pero aún no se había acostumbrado a la naturalidad con la que hablaban sobre este tipo de temas, propios de una historia de Poe. Bueno, todos menos el detective Robert Page, que procuraba no hablar del tema. Y David, al que casi no veía. Poco después, el Ford modelo T llegaba a su destino.

Una detonación. Otra. Otra. Otra más.

En un campo de tiro a las afueras de Arkham, David Coupland contemplaba los cuatro agujeros en el cartón de forma antropomorfa. Dejó su arma sobre una mesita que tenía al lado. Se dio la vuelta y vio cómo Vincent y Robert, el estudiante que conocieron en la fatídica visita a Egipto, se acercaban a él. Les saludó haciendo un gesto con la cabeza y puso de nuevo su atención en la pistola automática. Comenzó a desmontarla para limpiarla. Primero sacó el cargador vacío. Luego desmontó la corredera y contempló los restos de pólvora. Aún estaba caliente, pero se podía coger.

-Sabía que te encontraría aquí, David. ¿A cuantos cartones has matado ya?
-A unos cuantos. ¿Qué haces aquí, Vincent? -respondió con voz apagada.

Robert decidió pasar por alto los malos modales de David al ignorarle.

-Bob y Harvey han recibido una grabación de Irene Lemond.
-No me interesa.-dijo David impasible.

El joven artista, si es que aún podía llamársele así, había cambiado mucho en los últimos meses. Ahora sólo tenía un interés, una obsesión: Edward Chandler. Acabar con Edward Chandler. Y con el barón Hauptman. Y con quien se interpusiera en su camino. Lo haría acabando con todos los obstáculos. Lo haría saltándose todas las leyes necesarias. Pero lo haría o moriría en el intento.

Contínuamente fantaseaba con el asesinato del presidente de la New World Incorporated en público. En la mayoría de sus planes él mismo acababa muerto, abatido por los agentes de la ley, o condenado a muerte por lo que había hecho. No le importaba. Simplemente buscaba la ocasión idónea para asegurarse de que se llevaba a Chandler y a Hauptman al infierno con él.

-¿No te interesa? -repitió Vincent incrédulo.- No te interesa. ¿Y qué te interesa, David? ¿Seguir disparando tu frustración contra cartones de papel, esperando a que llegue un día adecuado para que Chandler y Hauptman se pongan a tiro y puedas matarlos a los dos antes de que sus seguidores te despedacen? ¿Eso te interesa? -el parapsicólogo estaba exasperado.

David no respondió. Robert decidió alejarse y contemplar el paisaje mientras lo que parecía que iba a ser una discusión acalorada de desarrollaba a expensas de él, afortunadamente.

-Déjame preguntarte una cosa, David. ¿Cuándo fue la última vez que dibujaste algo, un retrato, un paisaje, cualquier cosa? ¿Has intentado siquiera rehacer tu vida, por el amor de Dios? Es mucho mejor elaborar locos planes de asesinato, ¿no? ¿En cuántas de tus planes acabas muerto?

Le contestó un silencio irritante. David se dio la vuelta y puso de nuevo su atención en el arma.

-Mírate. Te estás convirtiendo en un matón. Ni siquiera eso, te estás convirtiendo en un animal. Has sacrificado todo lo que eras por algo mucho peor y oscuro. David, eras un artista. ¿Qué eres ahora? Eres un asesino en potencia. Te pasas todo el día aquí, en las tiendas de armas, en el gimnasio, metiéndote en peleas. Tú, buscando pelea, porque crees que puedes aprender algo de las palizas que recibes. Y si no, gastando tus ahorros en aprender artes marciales. Luchar, luchar, luchar. ¿Y ser humano no entra en tus planes?

David estaba terminando de desmontar la pistola. Se quitó el reloj de pulsera y lo puso en la mesa, dispuesto a cronometrar el tiempo que tardaba en montarla.

Su amigo le puso la mano en el hombro mientras gritaba "¡Mírame cuando te hablo!". Un instante después, Vincent había dado una vuelta en el aire y caído al suelo, golpeándose las lumbares. La caída alertó a Robert, que dejó su "paseo" para acudir en su ayuda.

-¿Qué demonios pasa aquí? -no hubo respuesta por parte de David que volvía a poner su atención en la pistola, ni de Vincent, a quien Robert ayudaba a ponerse en pie. Una vez comprobó que el erudito podía mantenerse en pie, se dirigió a David. -¿Cuál es tu problema, amigo? -intentó agarrarle con su enorme mano, pero David fue más rápido y cogió su muñeca a mitad de la trayectoria.

Ambos se quedaron congelados, mirándose a los ojos. Los de Robert estaban en llamas, cargados de ira destructora. Los de David eran dos perlas negras que habían perdido su brillo. Su mirada era atenta y astuta, pero la profunda indiferencia que expelía apenas dejaba entrever sutílmente la adrenalina que le hacía reaccionar tan rápido. La voz de Vincent alivió la tensión.

-Déjalo Robert. Déjale en paz... -dijo sin apenas aliento.

McFarland se liberó con desdén de la presa de su momentáneo oponente, sin dejar de mirar fijamente aquellos ojos que absorbían y amortiguaban toda su ira hasta que finalmente, con un desinterés insultante, David le dio la espalda y puso una vez más su atención en la automática del calibre 45 que yacía desperdigada sobre la mesa.

Vincent se conformó con hablarle al cogote de David.

-Mira, David... tú no pudiste hacer nada. Nada. Ninguno de nosotros pudo. No fue tu culpa, debes asumirlo de una vez. ¿Crees que a Ian le gustaría ver quién eres ahora? Lo que estás haciendo no es la solución. Ni siquiera se aproxima a la solución. Lo que estás haciendo es destrozar tu vida y condenarte a ti mismo.

Aunque quería hacerles creer que les ignoraba, David escuchaba atentamente.

-Pero hay otra solución. Es posible que la grabación que nos ha mandado la señora Lemond nos ayude a encontrar otra pista que nos lleve a la Hermandad. Puedes hacerlo de esta manera, o puedes seguir haciendo lo que haces si estás tan convencido de que eso te va a llevar a alguna parte. Si colaboras, hay una posibilidad de que todos, todos nosotros juntos, acabemos con Chandler, con Hauptman y con la Hermandad. Si decides dejar de ser un lobo solitario y acudir a tus amigos para resolver esto, estaremos en mi residencia. Pero no tardes mucho en decidirte, Harvey y Bob ya van hacia allá. Adios, David.

Vincent y Robert abandonaron el campo de tiro, se subieron en el coche y tomaron la dirección por la que habían venido, de vuelta a casa.

David terminó de montar la pistola. Tiempo record, otra vez. La contempló unos segundos y comenzó a desmontarla. Al agarrar la corredera comenzaron a temblarle las manos y tuvo que dejar el arma sobre la mesa. Miró sus manos un momento mientras las lágrimas se agolpaban en sus ojos.

Desesperado, se cubrió la cara y empezó a llorar con fuerza, desconsoladamente, intentando en vano expulsar toda la tristeza y la amargura que guardaba en su corazón.

2 comentarios:

  1. Me voy a convertir en el puto punisher. Rabia, dolor, venganza... y algun dibujo macabro... es la forma de vida actual de David.

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  2. Aaaaaaaaaaaauuuccchh!! Vaya ostia que me has metido cabrón! Todavía me duele la espalda! aunque creo que es el primer daño físico que he recibido en lo que llevamos de historia, espero que no se vuelva a repetir o tendré que empalarte con mi bastón-estoque!! Que yo soy mu chungo eh?

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